domingo, 12 de julio de 2015

Cadáveres Mecánicos | III. El corazón de Mariana

III . El corazón de Mariana

Mariana despertó escuchando un ruido desde el tercer piso. Como si alguien estuviera caminando con paso firme arriba. Adormilada, solo podía recordar que el cuarto de arriba pertenecía a su institutriz. Suspiró: el recuerdo de su madre siendo absolutamente exigente en lo referente a su educación y el de la joven y asustada maestra recién salida de escuela que intentaba llenar las expectativas de una madre insegura de las cualidades para el matrimonio de su hija se le vinieron a su cabeza ¡Y la pobre muchacha se desvelaba noche tras noche estudiando para enseñarle bien!

«¡Qué devoción más grande la de ella!», pensaba ¿Esa misma devoción debía profesarle al que sería su futuro marido, acaso su primo? Mariana, así como desconocía el real significado del amor, también se desentendía del significado de la pasión. La misma pasión que su abuela paterna, escudriñando con malicia, dio como razón al enamoramiento de su padre que causó que él se quedara en Valparaíso con su madre y se casaran. La pregunta se instauró en su cabeza: ¿era la pasión lo mismo que el amor?

Mariana se levantó descalza con el traje de dormir trastabillándole a ratos. Su madre, empecinada en que era más alta, le había encargado desde Paris uno mucho más largo del que ella necesitaba, razón por la que no se le veían los pies al andar. Al menos esa era la razón por la que pensaba le quedaban grandes, pero una noche escuchó decir a las sirvientas que a la ama le avergonzaban los pies de araucana de su hija y se negaba a que su futuro esposo la vierta descalza.

« ¡Ay, madre mía! ―pensaba la jovencilla demasiado inocente― ¿Cómo Roland va a verme en pijama si solo lo uso de noche, cuando cada uno duerme en su habitación? »

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